El orgullo peruano y por qué ganar el oro en nado sincronizado

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Las batallas de Junín y Ayacucho marcaron el rompimiento con un modelo absolutista en el Perú. Desde 1821, el país abrazó un modelo de desarrollo económico y social basado en cuatro principios que han prevalecido hasta nuestros días y que han generado muchos avances, pero también contadas frustraciones.

Democracia. El Perú adoptó de la revolución francesa la declaración de los derechos de hombre, la separación de poderes y la libre elección de sus gobernantes a través del voto popular. Hoy sabemos que sin educación es difícil ejercitar libremente este derecho ciudadano y no caer en extremismos y promesas falsas, especialmente en la era de las redes sociales en donde las burbujas informativas lastimosamente influencian a los ciudadanos y dificultan discernir entre las promesas y la capacidad de acción de la política.

Economía de mercado. Las ideas de Locke y Smith han estado presentes en la evolución económica y social del Perú desde hace 200 años. El círculo virtuoso de desarrollo inclusivo no le es desconocido para el país. Empresas que ganen dinero y paguen buenos salarios, empleados que cubran sus necesidades y con los excedentes estimulen demanda, consumo que incentive a la empresa a reinvertir e innovar, innovación que requiera formación laboral y consecuentemente mejores salarios. Hoy sabemos también que para que este círculo gire es indispensable que los mercados funcionen alrededor de los derechos del consumidor, del ciudadano. No del Estado, no de la empresa, no de los políticos.

Capitalismo. En Perú la remuneración final es al capital, no al trabajo ni al Estado. Y los riesgos asociados de emprender también son absorbidos por la iniciativa privada que invierte y genera desarrollo si el Estado le proporciona las condiciones idóneas de inversión. O se relocaliza si este no lo hace y si no cumple su papel de redistribuir y proveer oportunidades y servicios para todos.

Hoy sabemos que el Estado, el empresario y el empleado tienen que jugar colectivamente, como en nado sincronizado, fortaleciendo la democracia, eliminando las fallas de los mercados, impulsando la iniciativa privada; para corregir inequidades, proteger el ambiente y avanzar en el contrato social.

El contrato social. El contrato está en el centro del modelo de desarrollo de Perú. Es la relación entre los ciudadanos y sus gobiernos, entre el empleador y el empleado. En él se establece la responsabilidad de no dejar a nadie atrás en la pobreza, de disfrutar todos de la innovación en salud que ha permitido expectativas de vida superiores a 80 años, de asegurar una vejez digna, de proveer oportunidades de empleo para todos a través de la educación. El contrato social es un fluido, cambia constantemente en la medida que las sociedades se desarrollan, y es a su vez la causa misma de ese desarrollo. Las sociedades prosperan cuando logran el nado sincronizado, cuando mejoran sus democracias y permiten que sus mercados operen, cuando protegen, aprovechan y crecen los recursos económicos, naturales y humanos con que cuentan, y cuando los redistribuyen utilizando su contrato social. No hay país desarrollado en el mundo moderno que no haya seguido este camino.

En Perú, y América Latina en general, fuimos pioneros en empezar a recorrer esta línea importando conocimientos, adoptando modelos de desarrollo, abriendo mercados. Pero al compararnos con otros países y regiones pareciera que nos hemos estancado. Avanzamos más lentamente. El crecimiento de la región entre el 2000 y el 2016 (2,8 %) fue mucho menor frente al agregado del mundo en desarrollo (4,8 %) y no ha sido inclusivo1. La productividad laboral está estancada y la proporción del valor agregado que va a los asalariados no aumenta. Por momento perdemos el rumbo y olvidamos cual es la senda hacia el desarrollo. Pareciera que nos hacemos zancadilla tratando de reinventar el camino.

Nos miramos al ombligo y culpamos a todos menos a nuestra incapacidad de nadar sincronizadamente y de autocorregir los componentes del modelo. Nuestros ancestros, nuestros conquistadores, nuestros políticos, nuestros empresarios, nuestros maestros, otros países, se turnan el asiento del acusado. Creo que es hora de dejar de hacerlo y de asumir nosotros nuestro destino. Es cierto que vamos más lento que otros; pero podemos cambiar la historia si aprovechamos nuestro talento colectivo. Si trabajamos en equipo y generamos las alianzas sociales y políticas que permitan las reformas necesarias. Si pensamos intransigentemente en generar esperanza y en dejarles un mejor futuro a nuestros hijos. Pensemos diferente y veremos cómo al Perú y a esta región no la para nadie. Hagamos de una gran pandemia una oportunidad; de una gran crisis política, una oportunidad; de una gran protesta social, una oportunidad. Empecemos…

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Fortaleciendo el modelo de desarrollo y el contrato social

Para lograr un desarrollo acelerado, sostenible e inclusivo a futuro, América Latina debe comprometerse a cinco prioridades: 1) fortalecimiento de la institucionalidad, 2) cambio en los fundamentos del crecimiento, 3) aceleración del desarrollo, 4) mejora en la redistribución de ingresos y 5) expansión del apoyo a los menos privilegiados. Estas medidas son especialmente urgentes para Perú, donde la inestabilidad política y el impacto de la pandemia han gradualmente erosionado la confianza de la gente en su capacidad de crecer y mantener el contrato social.

  1. Fortalezcamos la institucionalidad para avanzar rápidamente hacia economías desarrolladas. Nuestras democracias son imperfectas porque nuestro voto no es completamente libre y no lo será mientras nuestros votantes pasen hambre o mientras su nivel de educación permita influenciarlos. Aceleremos las inversiones en educación, fortalezcamos y despoliticemos la carrera docente, reivindiquemos a nuestros jueces y asegurémonos de que no se juzgue en política. Generemos los dientes necesarios en las superintendencias para que ningún abuso monopólico se tolere, aseguremos la independencia de los entes de control, transparentemos la política y sus costos y rechacemos socialmente a quienes la manipulan.

  2. Cambiemos los fundamentos de nuestro crecimiento. Si queremos desarrollarnos como región necesitamos duplicar nuestra tasa de crecimiento y lograr 30 años de crecimiento sostenido superior al 6 %, como lo hizo el sudeste asiático en la segunda mitad del siglo pasado. Y el modelo debe ser inclusivo, cambiando el pareto actual en la región donde el 75 % del crecimiento económico se debe a fuerza bruta (aumento poblacional) y solo el 25 % a innovación (tecnología)2. La innovación llega a las economías a través de la competencia por los mercados, cuando las empresas invierten en nuevas tecnologías y demandan mejores trabajadores. Cuando los gobiernos atajan a los que abusan de los mercados y premian a quienes respetan las reglas de juego. Este milagro económico se conoce como productividad. Si queremos desarrollarnos hay que invertir estos números y que la productividad laboral sea el 80 % del valor agregado como se ha logrado recientemente en China y otros países asiáticos. Todos nuestros sectores económicos están ofrecen grandes oportunidades.

    En el sector agroindustrial, por ejemplo, las apropiaciones tecnológicas como tractores, semillas genéticamente modificadas, irrigación, manejo climático, IOT explican la mayoría de la diferencia en productividad entre países emergentes y desarrollados. Estados Unidos tiene casi tres veces la cantidad de tractores por hectárea cultivada que Brasil3, y la región es la que más se beneficiaría del IOT al 2030 por el bajo punto de partida4. Si profundizamos un poco más, vemos que las diferencias en adopción tecnológica no se deben a la falta de acceso a conocimiento, o la escasez de mano de obra; ni siquiera restricciones en el capital. Es mucho más la improvisación e incapacidad de nadar sincronizadamente. En este caso, es la posibilidad de generar economías de escala en el uso de la tierra que permitan que las inversiones en innovaciones tengan el justo retorno económico y social (optimización del uso de la tierra). Cuando Perú ha querido movilizarse en sintonía, ha logrado grandes avances. Un buen ejemplo es el reciente desarrollo de las exportaciones de productos como uvas, frescas, arándanos y espárragos de los últimos años y su impacto en regiones como Piura, La Libertad e Ica.

  3. Aceleremos nuestro desarrollo. El Perú es una economía de 200 billones de dólares anuales. Para lograr crecimientos del 6 % sostenido requiere destrabar la cartera de proyectos ya existentes —equivalente a 60 billones en minería5— e invertir todos los años en proyectos y empresas que generen empleos formales y paguen mejores salarios. ¿De dónde van a salir estas inversiones? ¿Cómo usarlas para formalizar empleo? ¿Cómo asegurar que los salarios suban porque los mercados lo piden y no por arbitrariedad o inflación? La única forma de hacerlo es nadando en sincronía entre el sector público y el sector privado. Porque hoy más del 80 % de esta inversión la generan los empresarios6 y sin ellos el Perú se hundiría en su propia piscina.

    Acelerar los proyectos de infraestructura, tanto material como social, cerrar la brecha habitacional con vivienda digna y en cantidades que muevan la aguja, reconocer el impacto de la pandemia en las medianas y pequeñas empresas y apoyarlas con acceso a capital y a talento deberían ser la prioridad. Acelerar la transformación del campo peruano que ha mostrado una vitalidad muy superior a la de la región. Impulsar el turismo como sector de clase mundial. Proteger y aprovechar los recursos minero-energéticos para generar, a través de nuevas tecnologías limpias, las regalías que permitirán fortalecer el contrato social. Nuevamente el papel del sector privado será fundamental, en particular de jugadores como las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFPs) y otros institucionales que pueden catalizar estos desarrollos y a su vez fortalecer sus tasas de remplazo. Y sobre todo no olvidar que la inversión solo se genera cuando hay confianza en la economía. Un país peleado, inseguro, inestable espanta los capitales. He ahí la importancia de nadar sincronizadamente.

  4. Rechacemos la inequidad. Un modelo de mano de obra barata y poca transparencia de mercados genera obviamente inequidades. Solo 15 % de la riqueza generada en la región está yendo a los trabajadores7 y el 5 % más rico está consumiendo casi el 25 % de lo producido8. El modelo ya no es tolerable y menos en la época de Twitter y TikTok donde nuestros jóvenes expresan su inconformismo en segundos y esperan soluciones en menos. Estas son las razones del levantamiento social de América Latina. Y su solución no la van a traer Robin Hoods (algunas veces inescrupulosos, otras ignorantes) prometiendo quitarles a los ricos para darle a los pobres. Así no ha pasado en las otras sociedades que hoy disfrutan los beneficios del desarrollo y así no va a pasar acá. Es acelerando inversiones que generen empleo y optimizando el gasto para fortalecer el contrato social que lo lograremos.

  5. No dejemos a nadie atrás. El impacto más grande en el contrato social es la creación de oportunidades. El tejido social se construye cuando un padre o una madre puede llevar pan cada día a su hogar y cuando ese trabajo honesto le permite cada día traer más. Su esfuerzo dignifica su hogar y se convierte en el ejemplo que cimenta los valores sociales. O cuando el egresado consigue trabajo en lo que le gusta y ha estudiado y no le toca rebuscarse para vivir. Pero la creación de oportunidades toma tiempo y exige recursos que Perú no dispone todavía. Mientras la formación de capital se acelera es necesario fortalecer las capacidades del estado para apoyar a todos y que nadie se quede atrás.

    Algunos puntos clave de la agenda incluirían enfocar las transferencias condicionales para optimizar su impacto, asegurar que todos contribuyen progresivamente y que el sistema tributario no beneficie a pocos, insertar al Estado peruano en el siglo XXI a través de automatización y eficiencias para que los servicios públicos y ciudadanos no sean un privilegio y la transparencia sea la norma. Estas eficiencias y los recursos frescos de las nuevas inversiones pueden utilizarse para aumentar el cubrimiento pensional y proveer dignidad a los abuelos. Y para fortalecer el sistema sanitario que quedó en evidencia con el COVID-19.

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A las sociedades las fortalece la esperanza, la ilusión de un futuro mejor, el deseo de superación de los seres humanos. Y las debilita la discriminación, la división, la incertidumbre. Perú tiene que decidir si quiere retomar la senda del desarrollo o estancarse en mezquindades políticas. El camino está claro. Muchos países de occidente y ahora del oriente nos lo han señalado. Nuestro país es una república con legado, tiene algunas de las mejores tierras y recursos naturales del planeta, y cuenta con 33 millones de soldados aguerridos que estoy seguro marcharían al unísono hacia el desarrollo que se merecen si sus líderes políticos, empresariales y sociales les dan una oportunidad. El primer paso para nadar en sincronía es conocerse, es abrir espacios de diálogo, es reconocer las diferencias, pero sobre todo identificar las semejanzas, los sueños comunes. Quien dé el primer paso en este sentido le hará un gran favor a su país porque permitirá que los sectores público, privado y social forjen las alianzas y el destino que el país en el que se fundó el imperio de los Incas se merece.

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